Buscabais en este bosque brotes,
raíces, hojas o flores que secar, triturar
o mezclar, tejidos… brebajes,
pócimas, ungüentos, amuletos…
erais conocedoras de antiguas sabidurías,
para curar el dolor inhumano del parto,
o el de cuerpos envejecidos, hierro oxidado,
también para: calmar el dolor oculto,
almacenado en la migraña, cesar
la hemorragia, la tristeza sin motivo,
el desamor y la melancolía y también
para soñar despiertas, para conocer
y gozar del placer prohibido.
Mujeres benefactoras, sanadoras, conectadas
con su fuerza, aparentemente sometidas
bajo unos valores reductores,
sabias en su fuerza, escudo frente
a tanto desprecio envuelto en exigencia
y anulación; callar, trabajar, procrear,
obedecer siempre, asordinando siempre
voces insurrectas. Brujas, hechiceras,
videntes, sanadoras, parteras…
Camino ahora por vuestro bosque, la primavera
ha llegado tarde en su eclosión súbita
en la inflorescencia de las hojas transparentes
al sol, en la frescura proteica del bosque
rumoroso, grandes hayas despliegan sus velas
verdes en el espacio hacia el cielo,
como inmensas alas; otras pequeñas
buscan la luz entre cumbres de ramas
y hojas al viento, en la altura.
Oigo vuestros pasos en la noche
hacia el encuentro con otras mujeres
sabias, por aquellos-estos caminos
poblados de murmullos, animales desvelados,
miradas alucinadas de búhos, lechuzas
gatos cautelosos, vuestros pasos presurosos
hacia el encuentro clandestino para compartir
sueños, saberes y el miedo al oscuro censor,
al juez que os reinventará en lo más oscuro
y diabólico, peligroso, convirtiéndoos
en amenaza intolerable de sus delirios enfermos.
Así todo tipo de torturas, interrogatorios
agazapados de engaño para destruiros,
pruebas asesinas. Miles y miles de hogueras
iluminaron los cielos de tantos lugares,
el odio ciego caminó por el mundo remoto
y cercano, aquí también, en este rincón
que ahora os recuerda y nombra, victimas
de aquella locura que enajenó en nombre
de lo sagrado tantas muertes de inocentes.
En este camino, ahora el viento lleva y evoca
vuestra voz, vuestro dolor y canta
en la suavidad del suelo que el humus
convierte en alfombra, guardadora
de vuestros pasos presurosos en la tierra
de este bosque ancestral que os recuerda
en su belleza, suavidad propicia y sanadora,
en vuestro dolor y vuestras muertes.
Te creí yo, viví
en tu esplendor transitorios goces
que hoy, en tu declinar, empiezas a negarme.
Leve nube
que el viento de los días
esparce y diluye, imperceptiblemente
por el cielo inmenso. Castillito olvidado
en la arena al que las olas de la marea
cubrirán con su capa de olvido y muerte.
Te creí yo, mas hoy muestras
tu desvalimiento,
como piel abandonada en el camino
de nadie,
solo huella delgada de la serpiente
que fue.
Te creí yo y hoy
te veo sombra, ilusión
de un sueño, mientras saludo
a esta luz que misteriosamente
asoma a los ojos, viajera incesante
de muchas vidas,
radiante sol de un día sin noche.
Te creí yo, cuerpo material,
que los instantes van diluyendo
en el camino inexorable del tiempo,
puerta hacia la luz imperecedera
de nuestra Esencia.
El viento te acompaña sin llamas,
brasas alegres en danza de otro fuego.
Ventana a la intimidad perfumada,
laxitud viva e intensa compartida.
Te doy y te recibo entre luz
y sombras que el placer ilumina
y oculta; tú-yo, yo-conmigo.
Deje algunos sueños colgados
como ropa inservible, tras la puerta,
para encontrarme en esta desnudez
en la que refulge algo
que se parece a mi verdad.
Desnudez y abrigo en la caricia,
el corazón se abre al cuerpo vivo,
en llamas y renovación naciente,
en ese centro donde abandoné
máscaras y laberintos.
Recinto abierto al viaje, al otr@,
a sus paisajes y puertos compartidos,
islas visitadas desde el corazón
que ama, busca y encuentra
un lugar sagrado e inviolable,
ser mujer en nuestro propio Ser.